viernes, 5 de abril de 2013

Soy.


“Soy gay”, dijo, y no esperó que los rostros de las personas se tornaran rosas como el humor de los antros, cargado de drogas.
“Soy gay”, dijo, y sabía que los arcoíris no iban a comenzar a servirle de tapetes, porque lo único de colores que tenía era su bandera en las marchas y el rostro rojo de furia de su padre.
“Soy gay”, dijo, y salió a la calle a mostrarle al mundo que no estaba asustado, con las rodillas temblando y las lágrimas en los ojos.
“Soy gay”, dijo, y aguantó que lo golpearan en un callejón porque nadie llegó a defenderlo.
“Soy gay”, dijo, y el otro hombre lo miró con una ceja alzada antes de lanzarse sobre él en busca de un poco de sexo rápido. Y no pudo decir que no, porque era gay y, ¿eso hacen los gays? Nadie dijo que no.
“Soy gay”, dijo, y quiso tragarse sus palabras porque estaba cansado de limpiarse los escupitajos de sus compañeros de trabajo.
“Soy gay”, dijo, y no tenía SIDA pero el médico no lo quiso atender.
“Soy gay”, yo no elegí serlo pero aquí estoy, ¿cuánto más cuesta defender lo que uno es?
“Soy gay”, y quisiera poder cuidar de un niño que se encuentra solo, pero nadie se lo permitió.
“Soy gay”. Tenía sólo seis años y ni siquiera sabía lo que significaba, sólo que debía encajar ahí. Que debía encajar ahí porque alguien le dijo que lo que a él le gustaba y como él se sentía se llamaba “homosexualidad”. Su mamá le pegó en la boca para que no dijera estupideces, pero las estupideces no pudo dejar de sentirlas. Era gay.

Soy pansexual.